Venancio J. Mayo

EL LAMENTO DE BLANCANIEVES
(Capítulo 1 de LabOfilm)
Concepción, dirección y coreografía:  Olga Mesa
Asistente de dirección, montaje, vídeo y documentación: Marta Rodríguez
Cuerpos operadores y coreografía: Sara Vaz y Olga Mesa
Creación sonora: Jonathan Merlin
Dramaturgia y especialización de textos: Francisco Ruiz de Infante
Textos y enunciados: Olga Mesa, Sara Vaz y Robert Walser (extractos)
Creación de luz: Cristophe Renaud
Regidor general: Ludovic Rivière
Producción: Cía. Olga Mesa / Hors Champ-Fuera de Campo, Strasbourg (Francia/España) Off Limits, Madrid (España)
Festival Oviedo en Danza
2 de mayo de 2013

Escenografía de El lamento de Blancanieves, Teatro Campoamor. (Foto de Venancio J. Mayo.)

Escenografía de El lamento de Blancanieves, Teatro Campoamor. (Foto de Venancio J. Mayo.)

 

Desde la tenue oscuridad fijo la mirada, como uno más de los habitantes del silencio, expectante, observando desde la inmovilidad un espacio en blanco, espacio fronterizo entre lo sabido y lo desconocido, abierto a todo lo que podría ser posible…

Y cuando los cuerpos se muestran escriben el espacio con el movimiento, con la quietud, con palabras mudas y silencios que hablan, con la ausencia y la presencia, siendo uno y siendo varios…

Cuerpos que irrumpen, que desbordan, en la misma dirección, en distinto sentido, que dialogan y se ignoran, que huyen y se acercan, que recuerdan y olvidan, tan atrapados como libres. Cuerpos que evocan sueños, memorias fragmentadas, pinceladas de recuerdos hilvanadas por el hilo de la mirada, la mirada física, la mirada mecánica, la mirada que muestra y la mirada que intuye… y todo esto mientras el tiempo avanza.

Y sin apenas percibirlo Blancanieves me arrastra, me toma de la mano y me acompaña al interior de un laberinto íntimo por caminos que se retuercen y entrecruzan, como la vida misma. Caminos trenzados de recuerdos, anhelos y nostalgias, de juegos, de dudas y certezas, que por suyos podrían ser los míos, podrían ser los nuestros…

Y al final llegados al corazón del laberinto descubro una colección de objetos e imágenes, la estancia de la memoria, la verdad revelada, el lugar en el que el Cazador habita, donde las vidas se pierden y ya no vuelven, donde la guerra devora los cuerpos y las almas…

Y mientras la mirada se enfrenta a la realidad cruel, escucho cerca de mí el lamento de Blancanieves, un lamento que me dice que otro principio es posible… ¿y por qué no?, quizás pueda serlo…

 

Sara Vaz en El lamento de Blancanieves, Teatro Campoamor, Oviedo. (Foto de Venancio J. Mayo.)

Sara Vaz en El lamento de Blancanieves, Teatro Campoamor, Oviedo. (Foto de Venancio J. Mayo.)

LABOFILM

El lamento de Blancanieves es la culminación de un largo proceso, que se origina y enmarca en un proyecto experimental denominado LabOfilm. Se trata de un proyecto multidisciplinar que busca, principalmente, reforzar e integrar aún más el vínculo que ya venía existiendo en sus anteriores trabajos, entre cuerpo y cámara, entre lo escenográfico y lo fílmico. En este sentido la artista no utiliza ya solo la cámara como apoyo a la acción del cuerpo, sino que la cámara se convierte en una extensión del mismo, lo que Olga Mesa ha venido a denominar Cuerpo Operador. Esta propuesta experimental y evolutiva acrecienta así las posibilidades para generar nuevos vínculos de este Cuerpo Operador con el espacio, con el tiempo, con la mirada fílmico-escénica, con los paisajes sonoros, las construcciones lumínicas y con el propio público.

Las diversas propuestas experimentales plásticas, escénicas, y visuales, así como de los talleres realizados durante estos últimos años desde LabOfilm, y que vienen concretamente desde 2007, son ahora el marco, la base, desde la que se construye El lamento de Blancanieves.

 

Olga Mesa en el El lamento de Blancanieves, Teatro Campoamor, Oviedo. (Foto de Venancio J. Mayo.)

Olga Mesa en el El lamento de Blancanieves, Teatro Campoamor, Oviedo. (Foto de Venancio J. Mayo.)

BLANCANIEVES, VEN, ¡ACÉRCATE!

Desde el primer momento, en que se toma contacto con la obra, no es difícil apreciar que El lamento de Blancanieves es el producto de la experimentación en estado puro, al igual que ocurre con las anteriores obras de Olga Mesa a poco que se conozcan, aunque en esta ocasión, y una vez vista en su totalidad la propuesta, se tiene además la sensación, por no decir la certeza, de que El lamento de Blancanieves supone un punto de inflexión en la trayectoria de esta creadora, lo que, por otra parte, no significa ruptura alguna respecto de sus ideas base y propuestas anteriores, diríamos más bien que es una evolución.

Con El lamento de Blancanieves, la coreógrafa y artista visual, ha movido la línea fronteriza de su experimentación un paso más allá, ha conseguido construir toda una estructura generativa y evolutiva, ha logrado dar nueva forma y ampliar su universo personal artístico haciéndolo aún más rico y más complejo desde el punto de vista escénico/técnico e interpretativo. Curiosamente dicha complejidad ha facilitado y ampliado, al menos en esta propuesta, las posibilidades de acercamiento y comprensión de la misma por parte del público.

Un espacio escénico/fílmico blanco, simple, delimitado por un muro de fondo que será soporte, durante el desarrollo de la obra, de la actividad de los distintos dispositivos ya sean lumínicos, sonoros, fílmicos o corporales que la componen. Un espacio abierto que muestra a la vez que oculta, no sólo por el pequeño laberinto que asienta en él como por los espacios no escénicos que lo rodean, inexistentes a la mirada pero que están ahí, fuera de campo, y con los que también juega la obra.

En El lamento de Blancanieves se suceden dos partes diferenciadas, pero íntimamente unidas y consecuencia una de la otra. En una primera parte, sobre el escenario, dos intérpretes y tres cámaras, dos fijas y una móvil que va de un Cuerpo Operador a otro, filmando todo lo que sucede dentro y fuera del espacio, dentro del propio laberinto. Las relaciones que se establecen y que se van tejiendo entre estos cinco “personajes”, cámaras e intérpretes, amplían el marco narrativo, proporcionan nuevos puntos de vista, van evidenciando fragmentos de memorias antes ocultas que van emergiendo y que el espectador comienza a identificar e intuye como suyas, memorias fragmentadas que van tomando cada vez más sentido a medida que la obra avanza.

Todo lo que se nos ofrece en esta primera parte, las maneras de ver/no ver, las presencias y no presencias, las risas y gritos, los equilibrios inestables, los constantes cambios de espacios y personajes, los textos a veces pronunciados o susurrados o proyectados sobre el muro, las sonoridades y resonancias, los deslizamientos y vibraciones lumínicas, las palabras y los silencios, van dibujando el mapa de lo que más tarde será desvelado al público.

La segunda parte comienza con la transformación del espacio de actuación mismo, en el que ya no existen cuerpos ni objetos, en un espacio de proyección en el cual sólo queda imagen y sonido. Se produce aquí un cambio de tiempo real, durante el cual se realizó la grabación, a un tiempo cinematográfico mediante la sincronización de tres pantallas en cada una de las cuales se proyecta lo recogido por cada cámara, creando entre las tres un espacio común en el que se va proyectando no sólo lo anteriormente visto, sino que ahora se ofrece, además, el punto de vista del Cuerpo Operador, es decir, todas aquellas acciones, elementos y espacios intuidos que antes permanecían ocultos a nuestra mirada.

Con El lamento de Blancanieves la mirada deja atrás la visión convencional y avanza traspasando la línea más allá de los límites escenográficos, se amplía el marco narrativo, se establece todo un sistema de experiencias simbólicas que generan nuevas arquitecturas, nuevos paisajes escénicos y fílmicos, nuevos lenguajes, nuevos espacios de diálogo y representación en los que el espectador construye, en relación a la mirada de la propia creadora, su propia mirada, su propio relato.

El lamento de Blancanieves es, desde mi punto de vista, una de esas escasas experiencias que consiguen mover, “tocar” las emociones y los sentidos del espectador, capaz de atrapar de manera continua su atención, dejando en nosotros la sensación de que, entre la obra y el espectador, ha pasado “algo”, un momento de encuentro, de convergencia entre ambos que, de alguna manera, quedará ahí, dentro de nosotros, como parte de nuestra memoria.