Entrevista a David Desola

Saúl Fernández

David Desola (Barcelona, 1971) va y viene. De este lado del Atlántico, al otro. De Barcelona y Burgos a la ciudad de México. Desola es uno de los dramaturgos del momento. Estrenó esta pasada primavera en el Teatro Palacio Valdés No se elige ser un héroe, una tragicomedia sobre la ambición, el poder del dinero y la falta de escrúpulos; un espectáculo con Juanjo Artero en estado de gracia, un montaje como un redoble de conciencia cuyo texto publicamos hoy en La Ratonera.

David Desola en Avilés. (Foto de Mara Villamuza.)

David Desola en Avilés. (Foto de Mara Villamuza.)

Lo que viene a continuación es el resultado de una conversación cibernética sobre su vida, su obras y sobre las razones del teatro. El dramaturgo escribe desde América y yo, desde Avilés; y es que Desola y Avilés forman un binomio de promoción directa. Sobre las tablas del odeón avilesino debutó como dramaturgo. Eran los tiempos de Baldosas, una comedia ligera que dirigió Jesús Cracio, un texto con el que Desola entró en el club del Marqués de Bradomín. También estrenó en Asturias su consolidación como dramaturgo: Almacenados y, además, Amor platoúnico, una comedia de amor de suerte dispar. Desola obtuvo el premio “Lope de Vega” con La charca inútil, que es una tragedia sobre la necesidad de recuperar el pasado y sobre la imposibilidad de alcanzar los objetivos. Desola sobresalió en Madrid con Siglo XX, que estás en los cielos, un guión que levantó la popular actriz y directora Blanca Portillo y que se vio en la sala pequeña del Teatro Español y que encendió una polémica por plagio que el viento se llevó por estúpida. Desola en México es una pequeña celebridad. Acaban de estrenar uno de sus guiones de cine y sus obras se celebran en la capital con aplausos y buenaventuras.

Pregunta. ¿Qué pensamiento fue el primero que te llevó a escribir algo que se parecía a la literatura?

Respuesta. Mi padre soñaba con que mi hermano y yo fuéramos escritores. Mi hermano es poeta y yo dramaturgo: casi lo consigue.

P. ¿Qué necesidad tenías de dejar ese pensamiento por escrito?

R. Dejar algo por escrito no significa que vaya a leerse. La necesidad —o el interés— es que se ponga en escena y se vea. Uno siente que tiene cosas que contar cuando cuenta las cosas que le gustaría que le contaran a él. Es mi caso: escribo aquello que a mí me gustaría leer o ver.

P. Me has dicho varias veces que tus inicios fueron cinematográficos, que escribir un guión de un cortometraje te condujo al teatro. ¿Y por qué no te llamó Dios por el camino de la interpretación, de la producción o del maquillaje?

R. A mí Dios nunca me ha llamado para nada, por lo tanto podría decir aquello: “De mis pasos en la tierra responda el cielo, no yo”. Ahora estoy escribiendo más cine que teatro, pero para mí es lo mismo: contar una historia. Siempre he sabido que no tengo dotes para la interpretación y mucho menos para la gestión. Lo del maquillaje todavía no lo descarto.

P. Metido ya en harina, ganas el “Marqués de Bradomín”. ¿Ya eras un autor, autor?

R. Me he empezado a sentir autor en las últimas obras, en las primeras me sentía un intruso. Yo amaba el cine, me formé en cine y ahora escribo cine. Con el teatro fue al revés: escribí una obra, en la última década puede decirse que me he formado, y ahora amo el teatro. Muchos años después de que me saliera el “Marqués de Bradomín”.

P. ¿Tu teatro es mejor en tu cabeza, en la pantalla del ordenador o sobre la escena?

R. Si tuviera un teatro dentro de mi cabeza y un público microscópico que fuera a ver mis obras creo que saldría defraudado, porque verían cosas muy abstractas, interminablemente largas y llenas de sinsentidos. Las ideas están ahí, y cuando las plasmas en el ordenador lo que haces es descartar lo que sobra. Digamos que en la pantalla son más concretas. Sobre la escena no son mejores ni peores, lo que son es siempre distintas a las de la pantalla y muy distintas a las de mi cabeza. Generalmente me gustan cuando las veo, pero ya no me pertenecen.

P. ¿Es bueno invertir tus meninges en un proyecto teatral?

R. Es un trabajo honesto que a veces, incluso, te puede dar alguna satisfacción económica. A veces me siento culpable al ver que se invierte tanto esfuerzo en algo que ha salido de mi cabeza, a veces me siento muy privilegiado por ello. En los estrenos, hasta la fecha siempre pienso que ha merecido la pena.

P. ¿Cómo se montó Baldosas?

R. Es un texto sencillo, divertido, sin pretensiones. Yo creo que parte de una idea original, muy atractiva y, aunque fue escrito por un neófito, llamó la atención de los productores y del director, Jesús Cracio, por la frescura que emanaba en aquel momento. Se han hecho otros montajes posteriores y es una obra divertida, no pretende ir más allá. Soy testigo de que el público ríe mucho con ella, con eso me basta… y creo que eso es lo que se buscaba cuando se puso en escena.

P. Llegaste a la escena cuando la carencia de autores era más que habitual. ¿Mola ser dramaturgo? ¿Es mejor la televisión? ¿Acaso el cine?

R. Llegué a la escena cuando aparecían un montón de autores jóvenes muy talentosos y que hoy en día cosechan grandes éxitos, no creo que fuera una época carente de autores nuevos. Mola ser dramaturgo porque te permite una libertad que no te ofrece ningún otro medio y porque se valora tu trabajo. La televisión antes molaba porque pagaban muy bien, ahora ni se valora al guionista ni se le paga bien. El cine te provoca muchos más conflictos, peleas con el director en las que pierdes siempre, infinidad de reescrituras que llegan a hacerte aborrecer el trabajo, pero si el final es gratificante, merece la pena.

P. Almacenados es una obra que cuenta con un productor de campanillas y un actor principal inigualable. ¿Cómo convence un recién llegado de que tiene entre manos un texto que merece la pena?

R. La pura suerte de que caiga en las manos adecuadas. Yo no sé a través de quién llegó Almacenados a las manos de José Sacristán, pero le convenció el texto y nada más. A un actor o a un productor de ese nivel no se le venden motos, saben muy bien lo que buscan. Almacenados es una obra sencilla, que supone un reto interpretativo, y que funciona muy bien en público. En México se ha estrenado dos veces, en Costa Rica también, en Chile y Argentina una vez, ahora se estrena en Uruguay y pronto en Colombia. Creo que la clave es su sencillez.

P. Siglo XX, que estás en los cielos tiene dos caras: la buena, con la Portillo en la dirección. La mala, el lío.

R. La dirección de Portillo es perfectamente válida e hizo un trabajo impecable, pero se ha hecho una adaptación en México totalmente distinta que desmonta la “otra cara” que mencionas. El texto original no es a oscuras, como no lo es la versión mexicana, pero aunque sí lo fuera, ¿quién tiene los derechos sobre la oscuridad? El lío que dices no fue tal, porque no fue denunciado en un juzgado, simplemente se soltó la piedra y se escondió la mano. Yo espero que esta obra se vuelva a hacer en España, porque seguramente es a la que tengo más cariño y, si hay un texto mío verdaderamente original y que me toca en lo personal, es ese.

P. Con La charca inútil te haces con el “Lope de Vega”, el mismo que Buero Vallejo e Historia de una escalera. ¿Ya eres entonces un dramaturgo dramaturgo?

R. Entonces sí me lo creí, porque admiro profundamente a Buero. Sin embargo, le vi decir en el programa mítico de TVE “A fondo” que el premio le había cambiado la vida. Yo eso no lo he notado, no me pagan más ni me buscan más por ello.

P. Escribiste Amor platoúnico con la crisis económica a flor de piel. ¿Un estreno fallido?

R. No fue fallido en el sentido de que pasó —creo— la prueba del público en varios teatros. No llegó a estrenarse en Madrid, aunque sí en poblaciones del extrarradio. Simplemente varios factores no permitieron una gira más larga. Estamos hablando de producirla en enero en México. Yo creo que esta obra comercialmente es la mejor que he escrito. Curiosamente, es la que menos se ha prodigado.

P. Lo penúltimo, No se elige ser un héroe. ¿Cómo fue la historia de esta producción?

R. Me llamó Mutis a Escena cuando estaba terminando de escribir esta obra. Es una compañía joven que buscaba algo con lo que entrar en “el mercado”, y me gustó mucho su entusiasmo. Querían hacer las cosas bien y las han hecho: llamaron a Roberto Cerdá, que es un gran director que además ya me dirigió antes, llamaron a Ana Garay que es una de las mejores escenógrafas del país, a Mariano Marín, etc. Incluyendo un elenco de actores inmejorable. En estos tiempos, y con este ministro de Cultura, es difícil apostar a lo seguro, pero esta producción se ha cocinado a fuego muy lento y con mucho mimo. También ha superado ya la prueba del público, que aplaude a rabiar, si no despierta el interés de teatros y programadores, ¿qué más se puede hacer? Yo creo que va a tener mucho recorrido.

R. Si uno echa la vista atrás parece que compones tus textos sobre un presupuesto que se repite casi siempre: nadie es el que dice que es y, por lo tanto, el presente de ese nadie es una mentira y hay que investigarlo.

R. El otro día vi unas imágenes de la boda de la hija de Aznar, hace diez años, y muchos de los invitados que ahí había resultaron no ser lo que aparentaban ser. Nadie es lo que dice ser, algunos deliberadamente —como los invitados a esa boda—, otros creemos inocentemente que somos lo que no somos, no sabemos cómo nos ven los demás, y todos nos sentimos investigados, escudriñados y juzgados a los ojos del resto. Yo no pienso tanto en el presente de mis personajes como en su pasado, intento que sean contradictorios porque el ser humano lo es en esencia. Pienso en mi presente, me pregunto si es una consecución lógica de mi pasado, y mi respuesta es no. Pienso que lo que define el comportamiento de alguien no es cómo realmente es, sino cómo quiere que le vean los demás, y algunas veces una cosa y la otra son muy distintas o incluso opuestas.

P. ¿Por qué estás en México?

R. Estoy en México, en un semiexilio temporal, porque mis obras han despertado interés aquí en los últimos años, también porque tengo algunos proyectos cinematográficos en marcha. México es un país que enamora, con sus luces y sus sombras, pero llegué por casualidad, invitado a un festival de teatro, y he regresado siete veces en tres años por amor: amor a una mujer, amor a mis amigos, amor a que se hagan mis obras, amor a que me den trabajo y, como suma de todo eso, amor al propio México. Yo lo defino de la siguiente manera: México es un país donde “ahorita” significa nunca y “luego-luego” significa ahora mismo. Eso tiene un poco que ver con lo que comentabas de mis personajes, creo.

P. ¿Qué preparas para la vuelta?

R. Está trabajando en una obra mía Roberto Cerdá, que espero se estrene en septiembre y con la que creo podremos hacer una gira también por Latinoamérica. Espero que la película mexicana en la que he participado pueda verse en España, y tengo un guion ahora mismo moviéndose en Madrid, en busca de financiación, cosa complicada hoy en día.

P. ¿Cómo se reciben tus obras allá lejos?

R. Son montajes para teatros pequeños, pero tienen muy buena aceptación y resisten en taquilla. Las críticas han sido muy buenas y, algunos de ellos, tienen todavía mucha vida por delante. Lo más satisfactorio han sido las representaciones en el INBA de La charca inútil (en México Un charco inútil) que se han ofrecido gratuitamente para alumnos de secundaria y profesores. Ha sido muy emocionante ver cómo llegaban grupos de profesores de diferentes estados del país para ver la obra, viajando de muy lejos simplemente porque se la habían recomendado otros profesores.